Abel Hernández
Una de los problemas que ha venido caracterizando a buena parte de la escultura contemporánea es el planteamiento tanto de los huecos y el vacío como de la ingravidez a partir de materiales pesados. Piénsese en las obras de Alberto, Gargallo o Chillida, por poner sólo unos ejemplos inmediatos.
Nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1950, Abel Hernández es uno de los artistas que mejor ha sabido adentrarse y ahondar en ese dilema creación escultórica. Desde sus primeras exposiciones en los años 70 hasta hoy, Abel Hernández ha desarrollado una labor exigente y continuada, en la arriesgada tarea del creador ajeno a modas e imposiciones efímeras de mercado, comprometido sólo con su obra, la autenticidad y una solitaria y radical independencia. El resultado de ese empeño ha sido, es, la confirmación de una escultura original, de fuerte impregnación lírica y resonancias proteicas, que se nos muestra capaz de luminosos asombros e inéditas revelaciones.
En sus últimas esculturas que podemos contemplar en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de el Sauzal, Abel Hernández logra una sabia y sugestiva transformación de la realidad representada a través de una esencialización de las formas y los volúmenes. Esa esencialización es en Abel Hernández la conquista de una dimensión aérea, alada, flotante para sus piezas escultóricas. Es una sugestiva propuesta para esa paradoja contradictoria de concebir la volátil ligereza a partir de la sólida gravidez de materiales como el bronce o el zinc que aquí, trascendiéndose a sí mismos, aparecen encarnados en otro sutil destino designado por lo etéreo y que se cuaja y reverbera en un lenguaje de pulimientos, brillos y oxidaciones. Hernández forja así una nueva dimensión para los seres y objetos que pueblan nuestro entorno, haciéndolos aparecer envueltos en un hálito de figuraciones simbólicas, con resonancias mágicas y enigmáticas que, sin embargo, muchas veces no acaban de perder del todo sus carácter realista, como si se resistiesen a abandonar su memoria de las líneas, planos, perfiles y contornos aprendidos durante la edad del tiempo.
Para establecer esa dimensión que se cumple y se reconoce en sus propias leyes estéticas, con predominio de curvaturas, combamientos y sinuosidades, el procedimiento más frecuente utilizado por Abel Hernández es la fragmentación, la segmentación, el fraccionamiento, el ofrecer la parte por el todo. Sus torsos, sus cabezas, esos vientres o pelvis convertidos en una suerte de huesos de esqueletos que el artista denomina “reproductores”, son las metamorfosis surgidas de la manipulación sobre las secretas formas guardadas en el silencio compacto de los metales y aleaciones. Abel Hernández los transfigura para que broten con entera plenitud ante la mirada envueltos en un hipnótico dramatismo, siempre cargado de emoción, que en unas ocaciones convocan la serenidad contemplativa y, otras, el misterio que acecha en lo inquietante. y están, además, sus pájaros, sus personajes alados, sus criaturas marinas… todo un universo de siluetas prolongándose en arborescencias, flecos, huecos y estrías que componen un quimérico bestiario en donde quizás aniden las maravillosas ambigüedades, las constelaciones recónditas de los sueños heredados del surrealismo.
No es posible la indiferencia ante las esculturas de Abel Hernández. Porque más allá de su perfección formal, más allá de los ecos de la fragua y la forja, del tesón del martillo, la fresa o el cincel, en ellas late ese mortal dilema que determina la condición última de la existencia humana. También nosotros nos debatimos escindidos, fragmentados, huecos y desasidos, pesadamente vulnerables, entre la raíz y el vuelo, entre el suelo y el cielo.
Sabas Martí